Cuento corto AYER NOMÁS...

21.02.2021

Compartimos en este espacio un trabajo de Adrián E. de la ciudad de Buenos Aires.

Una narración de ficción premiada en 2007 por una prestigiosa editorial donde el protagonista hace un balance de su vida, rescatando momentos dulces y amargos. 

Para destacar las reflexiones sobre lo importante de la vida. Y un guiño a lo mejor de los ´80, esa década que nos marco a tantos con sus juegos, dibujos animados, series de TV y películas inolvidables. 


AYER NOMÁS...

Buenos Aires, Abril de 2067.

Me niego a mirar hacia atrás.

No es mi intención detenerme siquiera un instante a contemplar lo rápido que ha transcurrido mi existencia, mas a veces me cuesta evitarlo. Ahora soy un viejo; tengo demasiado tiempo libre y mi mente, otrora ocupada en los miles de asuntos y preocupaciones que hoy considero no merecedores de la importancia que en muchos casos les destiné, continúa trabajando a mil revoluciones por minuto, entrenada por prácticamente toda una vida a ello. No puedo dejar de pensar que gran parte de la "culpa" de que así hubiere acontecido fuese generada justamente por eso. Muchos años invertí en mi estudio y mi trabajo para pugnar por un futuro mejor, relegando irremediablemente un presente que en su mayoría no supe disfrutar.

Todo tiene sus pro y sus contras...

En su momento sólo había "pro"; era joven y vigoroso y creía que me podía llevar el mundo por delante (modestia aparte, no dudo haberlo logrado en más de una oportunidad). Me doctoré con honores en una de las universidades más prestigiosas de mi país, conseguí un empleo decoroso y escalé hasta lo más alto. Pero hoy, que todo ha quedado atrás y no existe oportunidad alguna de corregir mi pasado, estoy viendo justamente la parte negativa.

Comenzaré desde el principio con el objeto de que si alguien tiene alguna vez la oportunidad de leer este relato cuente con las herramientas necesarias como para formular una objetiva opinión al respecto.

Evoco con claridad gran parte de mi niñez, al punto de considerarla tan cercana como para creer poder palparla con sólo estirar el brazo, aunque haya transcurrido mucho tiempo desde entonces.

Recuerdo cada uno de mis cumpleaños desde los cuatro años hasta los veinticinco, porque era la etapa en que todavía consideraba esa fecha como un acontecimiento relevante y festivo. A mi hermano y a mí nos los celebraban en conjunto; el cumplía tres meses después que yo y las reuniones entonces se realizaban con ese fin en una fecha intermedia. La expectativa de los días previos era enorme: mis padres siempre me reservaban alguna sorpresa. La casa rebalsaba en una fecha de familiares y en otra de chicos (nuestros compañeros de primaria, porque no sólo eran invitados los amigos sino prácticamente la totalidad de ambos cursos). En alguna oportunidad hubo incluso magos para animarlas... Era muy divertido y fascinante observar sus trucos y más aun formar parte de algunos. Los juguetes también estaban a la orden del día pero ¡que desilusión cuando llegaba ropa en su reemplazo!

Durante nuestra niñez nos mantuvieron siempre actualizados en relación a la tenencia de los personajes más famosos de los dibujos animados y las series que mirábamos cada tarde sin excepción:

  • He-Man, el hombre más fuerte del universo, que vivía luchando contra el mal que

intentaban siempre imponer las fuerzas de su archienemigo Skeletor para dominar Eternia.

  • Los Transformers; robots capaces de convertirse en la más variada gama de

vehículos de tierra y aire entre otras cosas.

  • Mazinger Z, otro poderos robot piloteado por el joven Kogi Kabuto, creado con la

finalidad de destruir las fuerzas del malévolo Doctor Infierno.

¡Cuántas tardes pasamos entretenidos! Y cuando nos cansábamos de ellos, siempre estaban esperándonos en nuestra canasta de mimbre los Play-Mobil, los Rastis, y hasta el Atari: una precaria consola de videojuegos que consistió en un suceso de época a pesar de la aspereza del sonido y la simpleza de unos gráficos que exigían hasta los límites a la imaginación para dilucidar en la combinación de rectángulos y cuadrados de la pantalla del televisor personas, animales, construcciones, etcétera.

Sobre otras series no había juguetes pero igualmente quedaron para siempre los recuerdos: el imponente Auto Fantástico (soñaba con que mi padre algún día cambase su Falcon por un vehículo similar a Kitt), Los Duques de Hazzard, el torpe Agente 86 Maxwell Smart, el querido Chavo del 8, el conejo Bugs Bunny, Tom y Jerry, el coyote y el correcaminos, Blanco y Negro y otros tantos que ahora lamentablemente no vienen a mi mente.

Y cómo olvidarse de las películas más famosas de los años ´80 (algunas de las cuales conocí con bastante posterioridad a su estreno pero que no por ello dejaron de agradarme): Bambi, Dumbo y otras de Disney. Más adelante Gremlins, Critters, los Cazafantasmas, Karate Kid, Terminator, Rocky, Batman (el de Michael Keaton, no los siguientes), Mi Pobre Angelito... La lista parece infinita.

Por lo único que lamento no haber nacido algunos años antes fue por el mundial de México 86. Mi corta edad me impidió gozar a plena conciencia el acontecimiento y de la magia de un Diego Armando Maradona en todo su esplendor, aunque afortunadamente tuve la chance de vivir retazos de ella en vivo y directo algún tiempo después.

También la casa de nuestros abuelos tenía siempre sus puertas abiertas para recibirnos con su frondoso parque, preparada para pasar una tarde llena de alegría en compañía de sus queridos dueños (a quienes gracias a Dios también tuvimos la suerte de disfrutar por largo tiempo). Los días de Reyes Magos la escalera que daba al primer piso se volvía inutilizable a consecuencia de la gran cantidad de regalos que nos aguardaban en los escalones inferiores.

Si... tuvimos una niñez envidiable, gracias al amor de nuestra familia.

La adolescencia fue un poco más dura. Llegaba la etapa previa a la adultez, y comenzaron a asomar algunos indicios de lo que ello significaba.

El primer gran golpe fue abandonar la escuela primaria.

A pesar de lo difícil que resultó en principio doy también gracias por haber cursado en un establecimiento público.

Me costó aprender la lección que consistía en percatarme de que la caja de cristal en que mis padres intentaron siempre tenerme resguardado no era el mundo real pero agradezco haber pasado por ello entonces y no tiempo después, porque la adaptación hubiese resultado más compleja. Me vi rodeado de las más variadas muestras de los exponentes que poseía la sociedad misma: algunos buenos, otros malos. El estudio comenzó a demandar mayor exigencia; una que casi nunca desatendí en el período de los cinco años que llevó por la propia relevancia que yo mismo le otorgué. Tuve que comenzar a levantarme más temprano y a tener que ir por mis propios medios (prescindiendo de la "comodidad del auto de papá"), con frío o calor, de noche o de día. Me vi en la necesidad de juntarme en grupos de estudio y sociabilizar con gente nueva, mas allá del horario matutino escolar.

Como ya fue mencionado resultaron años duros en un principio, pero gradualmente conseguí adaptarme. De todas formas debo admitir con cierta vergüenza que el clímax lo alcancé recién en el último, donde opté por hacer todo lo que ya hacía la gran mayoría de mis compañeros. Creo que inconscientemente sabía lo que quedaba a continuación (el estudio real, el trabajo, el fin de mi etapa sin mayores responsabilidades y mis años de plena libertad) y por eso me decidí a aprovecharlo intensamente. Gran parte del empujón me lo dio uno de los pocos amigos que aun conservaba de la primaria, que hizo despertar definitivamente mi interés por las salidas nocturnas. Un chico que había perdido ya su timidez, que estaba en pareja y que en apariencia disfrutaba al cien por ciento de la vida. Era mi modelo a seguir en ese entonces, a pesar de contar por otro lado con varios defectos acerca de los cuales con amargura me percaté más adelante. Sus jóvenes años le impedían al igual que a mí tener su carácter ya formado y las compañías de que uno se rodea en esa etapa resultan cruciales en tal aspecto, nos guste o no. Pero es menester reconocer que fundamentalmente gracias a él disfruté a pleno de mi viaje de egresados y de otros tantos momentos que de forma distinta hubiese resultado imposible.

Recuerdo con emoción mi primer beso. Se lo regalé a una chica con la que pude salir formalmente recién cinco años después. Durante todo ese lapso me fue imposible quitarla completamente de mi mente; por una cosa o por otra no se nos daba la oportunidad pero luego la vida (que siempre da revancha) nos juntó y pudimos finalmente intentar un noviazgo que por más que se extendió por otro período de igual duración no prosperó. Fue muy grande la desazón de ambos el comprobar que la relación que durante tanto tiempo idealizamos no funcionara, pero estoy seguro que se trató de la mejor alternativa a vivir con la duda instalada eternamente.

En medio de todo esto terminó el secundario y llegó la etapa del enfrentamiento con las verdaderas responsabilidades.

Tenía que escoger una carrera que sería mi especialización, porque a pesar de que siempre fue mi pasatiempo la literatura era plenamente consciente de la dificultad en que consistía hacer de ello el medio para mi subsistencia, y me volqué a ciencias económicas motivado por el modelo exitoso de mis padres en el mundo de los negocios. En el ínterin comencé a trabajar y conocí a una mujer maravillosa con la cual después me casé; una compañera comprensiva que me respetó y amó aceptándome tal cual soy, con mis virtudes y también mis defectos. Pero no deseo hablar demasiado sobre ella porque su evocación me produce un inmenso dolor. Más adelante me veré forzado a hacerlo de todas formas y calculo que el lector podrá comprender el por qué.

Fueron años muy duros hasta que concluí con esfuerzos mis estudios. En ese momento pensé alegremente que contaría de ahí en más con el tiempo necesario para volver a escribir, realizando la tarea paralelamente a mi labor diaria pero mis crecientes obligaciones me impidieron dedicarme a mi hobby. Tenía que pasar más horas en la oficina si quería progresar. Progresé, realizándolo y primando mi bienestar profesional por sobre el espiritual. No me arrepiento por haberle devuelto a la empresa que confió en mí mucho de lo que me dio durante todos mis años de servicio, permitiéndome gozar de una existencia con comodidades y lujos sólo propiedad de una cada vez más selecta minoría, pero... ¿de qué sirve el dinero si no se dispone de la oportunidad de disfrutarlo?¿Es éste más importante que la vida misma? Debo decir que hoy, con las cartas ya echadas, creo que no. Hubiese preferido contar con más tiempo a nivel personal. Pensar que con sólo haber resignado una o dos horas por día de trabajo habría ganado esos momentos para compartirlos con mi esposa, hacer ejercicio, salir más, escribir o simplemente descansar mi entonces sobrecargado cerebro y así poder encarar los que finalmente que sí tuve de otra forma; contando con la capacidad psíquica necesaria como para poder aprovecharlos. Pero no... En los lapsos mencionados sólo quería descansar. Y cuando ya me sentía repuesto veía que lo que restaba del fin de semana era demasiado poco como para hacer algo más que cenar y tener que dormir para estar fresco y de esa forma poder encarar una nueva e inminente semana de labor.

Y no perdí de esa manera todos los años que podría haber perdido únicamente debido a un infortunado hecho que me tuvo como protagonista a los pocos días de cumplir los 55.

Siempre imaginé que los cientos de miles de dólares que acumulé hasta entonces trabajando denodadamente servirían para darnos a mí y a mis seres queridos la tranquilidad y comodidad para las cuales los busqué con afán, pero finalmente concluyeron por conspirar para lograr exactamente lo contrario. Resultaron una tentación para una banda de mafiosos que me secuestró con la finalidad de solicitar un suculento rescate que finalmente no se hizo efectivo debido a que la policía dio con ellos antes de que éste se sucediera. La aventura casi me costó la vida y se llevó la de mi compañera de una forma ruin. Pasé dos semanas cautivo; el hecho tomó público conocimiento debido a mi fama en el mundo empresarial. Durante ese lapso un canal de televisión sensacionalista filtró la noticia errónea de mi supuesta muerte basándose en una fuente poco confiable. La tensión que atormentó a mi esposa durante todo el proceso hizo eclosión y la forzó a mi juicio a tomar la decisión de optar por el suicidio. ¿Una salida cobarde? Francamente no lo creo... Siempre digo que habría que estar en el lugar de las personas que lo hacen para tener noción de lo que están sintiendo. Debe ser terrible no encontrar otras soluciones y llegar a pensar que tan drástico camino es la única vía de escape para paliar el indescriptible dolor que las invade.

Fueron dos semanas eternas. Al principio mis captores permanecieron indiferentes pero con el paso de los días y al ver que el pago no se hacía efectivo comenzó un proceso de cruel ensañamiento (que no detallaré porque honestamente no deseo rememorarlo), a mi entender por la necesidad de descargar parte de la impotencia que les causaba el hecho de no lograr su objetivo.

Ambos acontecimientos (el secuestro y la muerte de mi mujer) resultaron para mí igualmente terribles pero me hicieron modificar mi perspectiva y a partir de entonces mudar de filosofía, percatándome de que la vida era demasiado corta y que debemos aprender a aprovecharla mejor. Lamenté darme cuenta recién en esas instancias pero el ser humano es así... en su mayoría sólo valora las cosas una vez que las pierde.

El resto es historia. Dejé el trabajo y decidí vivir mi dinero, pero siempre humildemente, no derrochándolo. Continuar engrosando mis cuentas para tal vez nunca disfrutarlo no consistía en un buen negocio. Opté por mudarme a un pueblo tranquilo, libre de ruido, smog y el estrés que inunda el ambiente de las grandes ciudades para enriquecer en calidad mi existencia. También me dediqué a viajar; conocí cientos de ciudades y descubrí la belleza en paisajes, momentos y personas en que antes no podía reparar porque mi frenético ritmo de vida me impedía detenerme en ello.

Resultó duro sobrellevar estos tiempos en soledad pero hallo consuelo en pensar que si ella puede observarme desde algún lugar seguramente se encuentra feliz de saber que logré recuperar la autonomía necesaria como para disfrutar aunque fuese la última parte de mi historia.

Todo esto que escribí en unas pocas hojas resume 85 años.

85 años que de pequeño pensaba como una eternidad y que ahora parecen haber transcurrido en un abrir y cerrar de ojos.

85 años que me dejaron muchas enseñanzas, forjadas a través de logros y fracasos, pero ninguna tan importante como esta:

LA VIDA ES DEMASIADO CORTA. NO SE DEBE TRANSCURRIR. SE DEBE VIVIR.

Es menester trabajar duro y resignar parte de ella en pos de un futuro mejor, pero hay que gozarla.

No creo ser el dueño de la verdad, más mi larga existencia me ha nutrido de la suficiente experiencia como para considerarme en condiciones de formular las reglas que expongo a continuación, a mi juicio básicas para lograrlo:

1.- La vida es un regalo maravilloso que se nos brinda, y disfrutarla es más fácil de lo que parece. Develar el secreto del "cómo" está a nuestro alcance. Resulta tan simple la respuesta que muchas veces pasa desapercibida delante de nuestros ojos. Nos esforzamos denodadamente en resolver temas miles de veces más complejos (tales como negociaciones, maximización de utilidades en emprendimientos y administración de nuestros recursos) dedicando horas, días, meses o incluso años en su estudio; estamos tan pendientes de problemas de forma de este estilo que jamás nos resta tiempo de resolver el de fondo, que es justamente la finalidad por la cual teóricamente exprimimos nuestras neuronas en el juego anteriormente mencionado.

2.- La codicia es fatal. En nuestra carrera laboral buscamos afanosamente ascensos para traducirlos en un mayor beneficio económico. Estos traen aparejados poder... y el poder corrompe. Es muy difícil transitar a conciencia ese seductor sendero sin caer presa de la invitación a continuar hasta el final sin importar las consecuencias: muchas veces quedan atrás de quienes lo recorren sus familias, amigos, su integridad y hasta la propia salud. Conservar la humildad nos hará valorar lo que tenemos, sin penar por lo que nos falta.

3.- Uno debe intentar por todos los medios a su disposición trabajar abocado a una actividad que agregue valor económico pero también espiritual; es preferible morir feliz y no millonario (no considero exitosa mi existencia sólo por el hecho de haberlo aprendido tarde, pero hallo consuelo en saber que aunque sea finalmente lo conseguí).

4.- En caso de no estar al alcance la posibilidad de lograr lo anterior debe procurarse por una labor alternativa con la que estar relativamente a gusto y reservar una porción de nuestro tiempo a la realización de tareas que realmente nos gratifiquen. Es muy triste y desalentador trabajar a desgano; más aun considerando que transcurrimos parte importante de nuestra existencia abocados a dichos quehaceres.

5.- Los lazos afectivos que se construyen a través de la familia y los amigos de verdad son invaluables. Muchas veces requerimos de compañía y contención que sólo ellos se hallan dispuestos a proporcionarnos de forma incondicional. Ni por todo el oro del mundo se los debe dejar de lado. El dinero nos puede brindar acceso a imponentes casas, lujosos autos, viajes y miles de otras cosas pero nunca al amor, porque el amor no se compra ni se comprará jamás.